Conoce
mi historia
"No sé cuando empecé a contar historias. A mi parecer lo hago desde que aprendí a enlazar más de dos palabras. Muchos lo hacían a mi alrededor: abuelita con su voz de eco, abuelo hablando de lugares lejanos, papá que volvía cualquier acontecimiento en carcajada como por arte de magia, tía Juana que hacía las voces mejor que nadie, Viviva que transformaba el mundo en un lugar seguro en un pis pas…”
Todos contaban historias, sin prisa, con amor en la mirada, con complicidad, con entusiasmo, con la voz para mi sola, con todo lo que cada uno era. Y yo escuchaba, escuchaba, escuchaba…
Hace treinta años tuve la suerte de trabajar con niños a los que les contaba historias y pude sentir la magia de la voz y de los cuentos cuando les pones alas, cuando te vuelves un canal a través del cual ellos van justo allí a donde tienen que llegar obrando auténticas maravillas.
Me di cuenta de que las historias no solo les servían a aquellos niños de tan solo dos añitos, sino que también, y sobretodo, eran importantes para los padres que se quedaban a escucharlas y para el resto de educadores.
Descubrí el poder de los cuentos en los otros y en el propio narrador. Cuanto más les contaba a los otros, más enredada en cuentos me sentía yo.
Muchos años después escuché, por primera vez, las palabras cuentacuentos, cuentero, narrador oral y hasta descubrí que algunos podían vivir del cuento…
Mientras tanto, yo seguía con aquella extraña manía de contar y de contarme, porque era como respirar.
Accedí a formarme y, no lo voy a negar, aprendí y continúo aprendiendo muchas cosas aunque lo básico, lo esencial ya lo traía de manera inherente la piel de mi alma, me lo enseñaron todos aquellos narradores que me arroparon de niña.
Sin embargo, cuando nació mi hija algo estalló dentro de mí, junto a ella me nacieron cientos de miles de nuevas palabras, aquellas que recopilé durante toda mi vida.
Las historias vinieron a mi encuentro, nos nutrieron, nos amamantaron, nos acompañaron, nos salvaron, nos amanecieron…
Entonces yo les hice una promesa, que hasta el día de hoy y por todas las vidas mantendré.
No sé cuando empecé a contar historias, lo que con absoluta certeza sé, es que soy de ellas.
Me presento: la vida es bella
Nací en Las Palmas de Gran Canaria, capital de una isla redonda y hermana de otras siete a las que baña el Océano Atlántico. He dado un montón de veces la vuelta al sol a bordo de un bellísimo e inmenso planeta azul, del que tan solo conozco una ínfima parte.
Poseo un milagro de 70 latidos por minuto y en la cabeza un universo de infinitas sinápticas estrellas que me permiten ver las que salpican el cielo cada noche. Vivo vestida de piel para cubrir un alma que me ha acompañado desde el principio de los tiempos. Respiro y huelo la fragancia de la vida y me nutro de su esencia. Oigo y escucho la voz de la gente, el balbuceo de un bebe, la carcajada de los niños, la música, el latido de la madre tierra y la canción del cielo. Saboreo cada segundo que me alimenta y me emociono con las miradas que me encuentro en este maravilloso viaje que construyo a cada instante.
Cuando vuelva a mi otra casa me llevaré una mochila llena de maravillas, ya atesoro en ella 188 estaciones, 17.155 puestas y salidas de sol, las pupilas cuajadas de miradas, sonrisas y belleza. También tengo los labios llenos de besos, la piel de caricias, el cuerpo de abrazos grandes y chiquitos, las orejas plenas de susurros, palabras, historias…
En un bolsillo llevaré mis lágrimas, mi dolor, mi tristeza, mi soledad, mi frio, lo amargo, lo áspero, lo estridente, porque todo eso, también y sobre todo me ayudó a ser la que hoy está escribiendo que la vida es bella, muy bella, inmensamente bella.